Ad Astra: Primates en el espacio [SPOILER]

Análisis de películas
Publicado: 10 Abril 2020
Escrito por Jorge Rodríguez Patiño

ADVERTENCIA SPOILER: El artículo que va a leer a continuación hace referencia a partes importantes de la trama de la película, no seguir leyendo si no quiere que le destripemos la película.


Hacia las estrellas, hacia el interior

Como seres humanos, podremos adentrarnos en el cosmos, pero sin un anhelo de trascender nuestra propia humanidad, este no será lo suficientemente vasto para ayudarnos a encontrarnos a nosotros mismos

Per aspera ad astra, dice el proverbio en latín. «Hacia las estrellas a través de las dificultades». Ad astra: Hacia las estrellas (Ad Astra, James Gray, China-Estados Unidos, 2019) es una representación bastante precisa de tal expresión.

El Mayor Roy McBride (Brad Pitt) emprende un viaje hacia Neptuno con el propósito de contactar a su padre, a quien creía muerto desde hace más de trece años. Se trata de una misión hacia las estrellas como pretexto para emprender un viaje hacia el interior.

De esta manera, lo que se nos presenta, en realidad, es un gran viaje terapéutico, una suerte de road movie sideral en la que Roy termina dejando atrás todo aquello que le impide ir hacia adelante.

En otras palabras, debe hacer frente a una de las mayores tareas en la existencia de todo ser humano: despegarse del padres. Paradójicamente, el Mayor debe viajar hasta los confines del Sistema Solar para resolver un conflicto interno y encontrarse a si mismo.

«No sé si lo que anhelo es encontrarlo o al fin liberarme de él», expresa en algún punto.

Al principio, Roy McBride se nos presenta como una persona retraída, a la que le cuesta trabajo establecer vínculos y expresar sus sentimientos.

«Me veo a mi mismo desde afuera. Sonríe, presenta una faceta. Es una actuación, con la vista puesta en la salida. Siempre en la salida. Solo no me toquen».

Ad Astra Roy McBride mirando hacia el espacio

«Solo no me toquen». Su personalidad es una coraza que le protege de la sociedad de la misma forma que el traje espacial lo protege del vacío del vasto universo. Nada entra, nada sale. Pero al igual que los trajes espaciales son susceptibles de sufrir averías —en el filme, el traje de Roy es perforado por un disparo láser—, las facetas también pueden cuartearse cuando la emoción se intensifica de tal forma que se vuelve incontenible. 

Para Roy McBride, la primera grieta se crea cuando se entera que su padre, a quien creía muerto, se encuentra aún vivo. Es a partir de ese momento en que comienza a perder control sobre su cuerpo y sus emociones. Su corazón vuelve a latir —una de las particularidades más admirables del Mayor es que su pulso jamás se acelera; esto cambia en el instante en que recibe la noticia—. El adormecimiento emocional cesa. El juego ha cambiado.

Las emociones vuelven a surgir y con ellas los recuerdos de la infancia. Descubrimos que la coraza emocional de Roy responde al abandono que sufre por parte de Clifford (Tommy Lee Jones), su padre, cuando aún era muy joven.

Este abandono le produce rabia y un profundo dolor. Su padre ha antepuesto su profesión a su propio hijo; prefiere entablar un diálogo con una vida extraterrestre, cuya existencia es incierta, que relacionarse con su propio hijo, un ser humano auténtico. Al final, Roy se da cuenta de que él no representa una razón suficiente para que Clifford permanezca a su lado.

No obstante, hay una ambivalencia: el padre es, a la vez, odiado y admirado. El intento desesperado de Roy por traerlo de vuelta lo hace identificarse con él, seguir sus pasos. Roy se vuelve distante, ausente como Clifford. Se trata de una forma simbólica de hacerlo presente. «Si mi padre ha muerto, haré que viva en mi», parece decir.

Dicha identificación da vida a un «yo ideal» que le somete. Roy se entrega a esta figura idealizada del padre, que, aunque muerto, «adquiere un poder mucho mayor del que había poseído en vida»,[1] tal como sugiere Freud.

De este modo, Clifford, aunque muerto, no se muere, sino que, mediante su figura idealizada, tiende a sobrevivir a su hijo, tal y como podemos percibir en el siguiente diálogo:

«Recuerdo que me ayudabas en matemáticas. Me inculcaste una fuerte ética de trabajo. "Trabaja duro, juega más tarde", decías. Debes saber que elegí una carrera que creí que aprobarías. He dedicado mi vida a la exploración del espacio. Y te agradezco por eso. Así que espero que podamos volver a conectarnos».

ad astra viaje espacial a las estrellas

El problema surge cuando Roy descubre que su padre sigue vivo. La imagen ideal —pero tiránica— de su padre se ha impreso en él de tal forma que no le permite desapegarse. El anuncio que recibe representa una primera fractura a esta idealización. En ese mismo momento, la ira que permanecía contenida por ese «yo ideal» se desata y todos aquellos sentimientos hostiles que Roy alberga hacia su progenitor por haberle abandonado surgen incontrolables.

Su misión se vuelve, entonces, un viaje hacia su mundo interno, un viaje terapéutico a través de las estrellas.  

«Me alejo cada vez más del sol, hacia ti. Estás vivo. Todo este tiempo. Debo aceptar el hecho de que nunca te conocí realmente. ¿O soy tú, siendo arrastrado por el mismo agujero oscuro?».

Conforme Roy más avanza, más se va dando cuenta del enorme dolor en su interior. La misión es solo una fachada que encubre el deseo de muerte su padre. Por este deseo, Roy se ve confrontado con un abismo profundo: el abismo de su propia muerte; un abismo del que, hasta ese momento, la presencia de su padre le protegía.

En el instante en que Roy se confronta con su propia ira —personificada en la figura del hambriento babuino que mata a uno de sus compañeros de viaje— logra darse cuenta que esta ira que siente no es suya, sino de su padre.

ad astra ataque de babuino

«El ataque estuvo lleno de ira, entiendo esa ira en mi padre, y he visto esa ira en mí… porque estoy enojado de que se fuera, él nos dejó. Pero cuando yo veo esa ira, la aparto y la suprimo, lo único que veo es dolor, solo veo sufrimiento. Creo que eso me bloquea de toda relación y de abrirme con los demás, y de relacionarme con la gente y yo no sé cómo solucionar esto, no sé cómo repararlo, y me preocupa, no me gusta ser así, no quiero ser mi papá».

La figura idealizada del padre —el héroe espacial— comienza a derrumbarse y el que Roy pueda expresar sus sentimientos le ayuda a comenzar el proceso de desapego que tanto necesita.

Es a partir de ese momento que deja de ser un niño y se convierte en su propio hombre, tal como lo expresa de forma precisa Sylvia de Castro en su artículo titulado El padre, el lazo social y las mujeres:

«La tarea del varón consiste en desprender […] y, simultáneamente, reconciliarse con su padre si es que conservó una cierta hostilidad hacia él, o a emanciparse de su tiranía cuando por reacción contra su propia rebeldía infantil se convirtió en su esclavo sometido.

»Estas tareas se imponen para todos y cada uno de nosotros, y su efectiva realización es tan sólo un ideal. Los neuróticos manifiestos han fracasado en ellas y por eso permanecen toda su vida en calidad de hijos: ellos, bajo el imperio de la autoridad del padre, incapaces de llevar su libido sobre una mujer. Ellas, aferradas a una posición de reivindicación con respecto a la madre o a un amor desmedido por el padre».[2]

Durante su travesía, Roy va descubriendo que su padre no necesariamente es el héroe que siempre ha imaginado: para muchos es un monstruo dispuesto a matar a todo el que se interponga en su camino.

Luego de muchos incidentes, Roy deja de idealizarlo y lo acepta como realmente es, un humano con defectos. Abandona la idea de que su padre sea alguien que no es; así mismo, deja de esperar que lo ame, que esté dispuesto a regresar. Es gracias a esta renuncia que Roy comienza a descubrirse a si mismo. No obstante, el proceso es también doloroso.

ad astra encontrandose a si mismo

«He defraudado a tanta gente [...] Soy una persona muy, muy egoísta. Tenía la impresión de que podía controlar las cosas... El perdón es una mentira».

La madurez de Roy se muestra en la secuencia en la que por fin se encuentra con Clifford. El mayor le comunica que ha venido por él para llevarlo nuevamente a la Tierra, acaso esperando rescatar lo poco de humanidad que aún queda en él. Pero Clifford lo recibe con un dardo envenenado:

«¿Estás hablando de la Tierra? Nunca hubo nada allí para mí. Nunca me preocupé por ti, ni por tu madre, ni por ninguna de tus pequeñas ideas […] Sabía que este viaje haría una viuda de tu madre y a ti un huérfano, pero encontré mi destino. Abandoné a mi hijo.

En otro momento, las palabras habrían roto en mil pedazos a Roy. Pero ya no. Ahora es un hombre, cuyos actos no son determinados por nadie más que por él mismo. Así, cuando le responde «Aun así te quiero papá», es más que una declaración de sus sentimientos.

El hecho de que Roy sea capaz de expresarse de esta forma, sin ninguna reserva, demuestra la madurez que ha adquirido. En cierta forma, ha aventajado a Clifford, y él mismo se lo reconoce:

«Admiro tu coraje por haber venido solo, Roy, viajando todo este camino, siguiéndome hasta acá. Me hace imaginar todo lo que habríamos podido lograr juntos. Está claro que el destino me ha privado de la pareja que debería haber tenido».

Cuando Clifford expresa su admiración por su propio hijo, Roy comprende que ha llegado el momento de partir por caminos separados: su misión no es la de su padre.

ad astra escena del padre

«No puedes dejar que fracase, Roy», le dice Clifford.

Pero Roy comprende que no es su trabajo ayudarlo a cumplir sus sueños, sino cumplir los propios. Finalmente, Roy convence a su padre de regresar con él a la Tierra. Lo que ocurre a continuación es de esperarse: el padre decide soltarse.

Roy se lo permite en un acto simbólico de separarse finalmente de ese «yo ideal» que lo tiene esclavizado.

«Suéltate, Roy. Desengánchate, desengánchate de mi».

Entre gritos de dolor, Roy se desapega de la figura paterna y comienza, por fin, su propio camino.

Además de su fascinante argumento, un aspecto interesante es la forma en que James Gray conduce su premisa, dando forma a un producto consistente tanto en lo formal como en lo narrativo.

En principio, nos muestra un juego visual bastante intrépido, cortesía del estupendo fotógrafo Hoyte van Hoytema. Además de un magistral uso de la luz y el contraste, van Hoytema logra hacer una ingeniosa representación visual del tiempo y el espacio.

Una combinación pertinente a base de talento e ingenio que permiten que, en una sola toma, converjan el presente, el pasado y el futuro. El rostro de Roy es, por supuesto, el presente, mientras que el futuro es el reflejo que nos muestra hacia donde se dirige. Lo interesante, sin embargo, es que el futuro es, también, el pasado: su destino es su padre, el encuentro con él le permitirá curar viejas heridas.

En cuanto a la representación del espacio, el filme comienza con la siguiente frase:

«La humanidad busca en las estrellas vida inteligente y la promesa de progreso».

Es, en cierta forma, paradójico que Roy deba viajar hasta los confines del universo para encontrarse a si mismo. Pero esto, además, permite hacer una reflexión acerca de la condición humana, tomando en cuenta algunas de sus más oscuras facetas: la ambición, la mezquindad y la brutalidad.

ad astra cerca de la lanzadera espacial

Ad astra nos muestra que no importan que tan notables sean nuestros avances tecnológicos, no dejamos de comportarnos como esclavos de nuestros propios impulsos. Como bien indica Pierre Hadot:

«Sin viaje cósmico interior, sin […] ejercicio espiritual de desprendimiento, de liberación, […] los viajeros del espacio seguirán llevando la tierra con ellos al espacio, no la Tierra parte del cosmos, si no la tierra símbolo de lo humano demasiado humano, la mezquindad humana.

»El espacio corre entonces el riesgo de no ser más que el teatro ampliado de estas absurdas guerras […] que continúan desgarrando a la humanidad  en los inicios del siglo XXI. La conquista del espacio corre el riesgo de proporcionar solamente un campo más vasto a la locura humana».[3]

Al final, somos solo primates en el espacio, muy semejantes a aquel babuino que agrede a Roy. Primates que llevan consigo emociones y asuntos no resueltos: ira, frustración, anhelos; pero también los aspectos más vergonzosos de nuestra especie. Aún en Marte o en la Luna, seguimos peleando por el territorio, por el comercio.

Como seres humanos, podremos adentrarnos en el cosmos, pero sin un anhelo de trascender nuestra propia humanidad, este no será lo suficientemente vasto para ayudarnos a encontrarnos a nosotros mismos.

Al respecto, el filme me recuerda un poco aquella secuencia de El desierto rojo (Il deserto rosso, Michelangelo Antonioni, Italia, 1964) donde el realizador italiano ironiza sobre el anhelo del ser humano por comunicarse con otras razas cuando, en la realidad, somos incapaces de comunicarnos con nosotros mismos.

En el mismo sentido, Ad astra nos pregunta si antes de poner la vista en las estrellas no deberíamos ser capaces de mirar hacia nuestro interior. El vacío del universo es tan vasto como el vacío emocional, sus enigmas tan esquivos como los misterios del alma humana.

Somos un cosmos. Nos hemos extraviado


[1] Freud, S., Tótem y tabú. Obras completas. Tomo 5. Madrid, Ed. Biblioteca Nueva, 2007, p. 1839.
[2] De Castro Korgi, Sylvia. El padre, el lazo social y las mujeres. Univ. Psychol. 2006, vol.5, n.2. pp.275-284.
[3] Hadot, Pierre. No te olvides de vivir. Goethe y la tradición de los ejercicios espirituales. Ed. Siruela.

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