El irlandés

Análisis de películas
Publicado: 19 Diciembre 2019
Escrito por Jorge Rodríguez Patiño

Nada fortalece tanto la autoridad como el silencio

 

ADVERTENCIA SPOILER: El siguiente análisis hace Spoiler de la película, no seguir leyendo si no desea que se la destripemos.

 

En El irlandés (The Irishman, EU, 2019), el director neoyorquino de 77 años, Martin Scorsese, nos cuenta la historia de un hombre —Frank Sheeran, de ascendencia irlandesa— que se ha forjado en un entorno donde el silencio es la autoridad máxima, el único y primordial principio. La omertà.[1]

El silencio, como ley, rige este bajo mundo, le da forma, lo limita. Confiere, además, una gran responsabilidad y es por eso que solo unos cuantos iniciados logran acatarlo. Así pues, este mundo se rige por aquel planteamiento de Rousseau que dice que «la autoridad más absoluta es aquella que penetra hasta el interior del hombre y no se ejerce menos sobre la voluntad que sobre las acciones».[2]  

De este modo, podemos entender mejor el conflicto de Sheeran, cuya lealtad se debate entre dos figuras principales: la de Russell Bufalino —interpretado magistralmente por Joe Pesci— y la del jefe sindical Jimmy Hoffa.

El primero, italiano de nacimiento, es aquel que lo sabe todo, pero también sabe cuándo callar. Como el jefe criminal que es, Bufalino se reserva la información importante y solo se la proporciona a Sheeran a cuenta gotas, cuando resulta necesario. Hoffa, por el contrario, es un orador, un hombre que depende de la palabra para justificar su autoridad, pero que, con respecto a la Mafia, no la tiene. Hoffa, a lo mucho, posee información, pero al no estar familiarizado con la ley de leyes, es incapaz de entender lo poco que ésta le sirve.

En otra palabras, el lider sindical participa de un juego cuyas reglas desconoce por completo. Tan es así que es el propio Sheeran quien debe servir de intérprete entre Hoffa y la Mafia. No obstante, esto no es una tarea sencilla: Hoffa no solo es terco, sino que «no sabe que no sabe». En efecto, en distintas secuencias, Scorsese nos muestra lo mucho que Hoffa ignora el lenguaje de la Mafia. Cierto es que puede interpretar ciertas señales, pero lo hace, siempre, desde su trinchera de analfabeto funcional.

Sheeran, en cambio, a pesar de que él mismo, por su ascendencia, es un extranjero, se ha esmerado en aprender rápidamente el idioma de la Mafia, es decir, ha aprendido a decir las cosas sin decirlas, a rechazar la amenaza directa. Pero, sobre todo, ha aprendido a callar.

Todo esto, por supuesto, le ha requerido de un gran esfuerzo: recordemos la frase con la que Sheeran se presenta a nosotros y que sirve de marco para el lema publicitario al film: «Cuando era joven, creía que un pintor de casas era aquel que, en realidad, pintaba casas. ¿Qué sabía yo?».

Sheeran reconoce, desde el inicio, que no sabía hablar el idioma de la Mafia, pues carecía de los elementos para codificarlo. Lo tiene, entonces, que ir aprendiendo, poco a poco y de manera accidentada.

Escena de El irlandes con Robert De Niro y Al Pacino

A lo largo del filme, somos, pues, testigos de ese aprendizaje. En una secuencia, por ejemplo, Sheeran habla con Whispers DiTullio y nos va mostrando lo complicado que puede llegar a ser la interpretación en este mundo: «Cuando alguien te dice que está un poco preocupado, quiere decir que está muy preocupado. Y cuando dicen que están más que un poco preocupados es porque, en realidad, están desesperados».

Es esa misma ocasión en la que Sheeran también aprende lo más importante: cuándo hablar y cuándo callar. Así, cuando Angelo Bruno le advierte: «Este no es momento para callar», le está diciendo, en realidad, que si quiere sobrevivir en este mundo, debe elegir sus lealtades. Destaca, al lado de Bruno, un Russell Bufalino silencioso, pero quien no necesita hablar para hacerse entender. Sheeran entiende, de esta manera, el valor del silencio así como de la palabra.

Al final, Sheeran aprende a hablar el idioma de la Mafia, de la misma forma fluida que habla el italiano, a pesar de no tener ascendencia. Al respecto, llama la atención una secuencia donde  Russell Bufalino le habla en su idioma natal. En esta escena, se hace evidente esta brecha infranqueable: Russell nació en la Mafia y para él, el idioma del silencio es tan natural como hablar en italiano; Sheeran, en cambio, tuvo que aprender a hablarlo y no importa qué tan bien lo haga, nunca dejará de ser un extranjero, un irlandés, como sentencia el título del filme.

Por lo mismo, no es accidental que Sheeran resulte la opción más adecuada para ayudarle a Hoffa —otro foráneo— a comprender cómo son las cosas en este mundo. Más, como hemos dicho, esto no termina siendo nada sencillo. Al final, Hoffa deja entrever que está dispuesto a quebrantar la ley más sagrada.

En efecto, el verdadero conflicto entre Hoffa y la Mafia ocurre cuando aquel comienza a radicalizar su discurso. «Es hora de que las ratas abandonen el barco», dice de manera pública en una entrevista por televisión. Bufalino, no obstante, lo defiende. «Está montando un teatro. Es pura publicidad», dice. A lo que Sheeran agrega: «Es apariencia, no tiene sustento».

Pero Tony Salerno, menos cercano a Hoffa, toma sus palabras con la desconfianza que se merece cualquier intruso. Salerno sabe que Hoffa no es de los suyos e intuye que, para él, la ley del silencio nada significa. «Tal vez está hablando en serio», supone. Es ese momento cuando la Mafia decide eliminarlo.

El verdadero error de Hoffa consiste en emplear un lenguaje que a los italianos —más familiarizados con el doble sentido y el subtexto— les resulta aberrante. Basta recordar lo que dice Don Rickles durante su acto de comedia: «Algún día me dijeron: "ten mucho cuidado con lo que dices"», narra el comediante y su frase se antoja como una advertencia a Jimmy Hoffa, pero también al propio Sheeran, quien vive con el riesgo constante de no equivocarse. Siendo, como decíamos, un «extranjero», no hay nada que lo ligue a la Mafia. Es, en ese sentido, tan prescindible como Hoffa.

La única diferencia, en todo caso, es que Sheeran les parece confiable. Pero esta confianza será puesta a prueba más de una vez. De ahí que el irlandés no dude en decidir de qué lado está. Su lealtad, sin duda, es para los italianos, sin importar que tan grande llega a ser su amistad con Hoffa. A lo largo de los años, Sheeran ha aprendido a respetar la autoridad de quien sabe quedarse callado.

Por lo mismo, resulta paradójico que su hija sea más dueña de su silencio que cualquier otro personaje del filme. En efecto, Peggy Sheeran, al igual que su padre, aprende, desde muy pequeña, que la expresión no calculada tiene consecuencias funestas. Luego de un incidente con el dueño de una tienda, Peggy aprende a cuidar sus palabras frente a Frank. De hecho, a lo largo de la película casi no la vemos articular más de dos palabras. Lo más que la vemos hablar con su padre es cuando, en cierta ocasión, le pregunta a dónde se dirige. En realidad, ella conoce bien la respuesta a esa pregunta.

Al igual que Bufalino, Peggy sabe, pero decide callar y es este silencio el que le confiere autoridad sobre su padre, a quien rechaza sobremanera, al igual que el idioma que habla, un idioma en el que no se nombran las cosas de manera directa, y para muestra, basta ver cómo se llaman los mafiosos entre sí, utilizando apodos. Por supuesto, no es accidental que Peggy se sienta más atraída por la figura de Hoffa, un orador carismático, un hombre que no necesita utilizar apodos para darse a conocer; antes, por el contrario, su nombre es motivo de orgullo y representa valores. Es digno de utilizarse en un botón. Claro que Peggy es aún una niña y desconoce que detrás de las palabras de Hoffa se esconden prácticas criminales y actos terribles; ella solo ve la fachada, lo que Jimmy dice representar. Es así que el único momento donde vemos a Peggy hablar con fluidez es cuando recita un ensayo dedicado a su ídolo.

Ya siendo un adulto, Peggy solo habla con su padre una sola vez y son estas palabras las más hirientes, toda vez que Peggy decide pronunciarlas, por única vez, en el único idioma que su padre entiende, el idioma de la Mafia. Peggy dice las cosas sin decirlas, disimulando el sentido, pero Sheeran entiende bastante bien. Acaso Frank hubiera querido ser más como ella, pero no encuentra las palabras, tal y como lo demuestra cuando habla con la viuda de Hoffa.

Pero hablar no es lo suyo. Obedecer y callar es la única ley para él. La única forma de vida que conoce, la que le define. Sheeran no es capaz de hablar aun cuando todo el imperio de la Mafia ya se ha derrumbado y todos sus amigos han muerto. El irlandés permanece dueño de su silencio. El destino de Jimmy Hoffa seguirá siendo uno de los grandes misterios. 

rodaje del filme el irlandes

Desde el punto de vista temático, aunque no formal, El Irlandés bien podría ser una larga adenda a la anterior película de ficción de Scorsese, Silencio (Silence, EU, 2016). No obstante, a diferencia de esta última, El Irlandés se siente como algo que ya se ha visto, como Scorsese haciendo karaoke de Scorsese. Sin duda, un director magistral, pero que se repite a si mismo.

A nivel de lenguaje, El Irlandés no nos regala nada nuevo. Lo que es más, la forma en la que está filmada resulta predecible: campos y contracampos y una voz en off casi constante. Incluso la edición de la grandiosa Thelma Schoonmakerer —editora de Scorsese desde Toro Salvaje (Raging Bull, Scorsese, 1980)— carece del ritmo e inventiva al que nos tiene acostumbrados. De igual forma, la fotografía de Rodrigo Prieto es derivativa. Prieto es, sin lugar a dudas, un enorme fotógrafo. Es lamentable que en esta película su trabajo consista en solo emular la fotografía de Gordon Willis y Michael Ballhaus.

Por supuesto, el gran valor de El Irlandés —y sobre el que gira toda su publicidad— consiste en el evento que significa el filme en si mismo: Scorsese no hacía películas de gánsters  desde el 2006, Scorsese, De Niro y Pesci no trabajan juntos desde 1995, mientras que Harvey Keitel no lo hacía con el director desde 1988; Pacino y De Niro solo han compartido pantalla en dos ocasiones previas —no estoy considerando El Padrino II (The Godfather II, Ford Coppola, 1974)—; además, Pacino jamás había trabajado con Scorsese, etcétera. No obstante, si ese es el gran valor de la película, cabe preguntarse si no hubiera sido mejor verlos a todos reunidos alrededor de una mesa, conversando. ¡Un momento, que si lo han hecho! Se llama The Irishman: In Conversation, y está también disponible en Netflix.

En alguna ocasión, Scorsese dijo lo siguiente: «Vivimos tiempos demoledoramente vacíos, inocuos de contenido. Hoy en día nada tiene sentido». El Irlandés es consecuente con esta declaración. Se trata de un filme que nos habla del valor del silencio, de saber cuándo hablar y cuando es mejor callar. Con más de tres horas de duración y muy poca inventiva, el filme nos deja preguntándonos si, en este caso, no hubiera sido mejor lo segundo.

Pero, al final, el cine se trata de que cada quien se encuentre en él. Y como decía Kurosawa, nadie tiene derecho a imponer su visión del cine sobre las demás. Esta es, pues, tan solo mi opinión.

[1] Omertà es el código de honor de la Mafia, la ley de leyes. La omertà es la ley del silencio. Esta dice que está terminantemente prohibido hablar con la policía o colaborar con las autoridades bajo ningún concepto. En caso de quebrantamiento, se podrá castigar con la muerte.

[2] Rousseau, Jean-Jacques (2003) Discurso sobre economía política, [trad. Eric Fontanals], Editorial Quadrata, Argentina.

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