La Ley y el Deseo según Westworld: AL OESTE DEL EDÉN

Análisis de películas
Publicado: 24 Julio 2020
Escrito por Jorge Rodríguez Patiño

PARTE 1: LA PELÍCULA

Westworld, la exitosa serie de HBO, producida por Lisa Joy y Jonathan Nolan, está basada en la película del mismo nombre, escrita y dirigida por Michael Crichton. A pesar de que el planteamiento argumental de ambos proyectos es, a simple vista, semejante, hay una clara distinción en sus premisas: por un lado, la serie de HBO gira en torno a conceptos como la predestinación, la naturaleza del alma y la condición humana, mucho más cercanos a la ficción de Philip K. Dick, mientras que, por el otro, el filme explora nociones como la ley, el deseo y el pecado, desde una perspectiva marcadamente cristiana.

Westworld vs Westworld. Coincidencias y diferencias entre serie y película

En el presente artículo analizamos estos aspectos para contrastarlos posteriormente, de modo que podamos apreciar los puntos de coincidencia, así como las divergencias que existen entre la obra original y la serie.

Ley y moral

Aunque no lo parezca, la película de Michael Crichton es mucho más profunda de lo que parece. Acaso la razón por la cual el argumento se siente insustancial es que, siendo Crichton un director inexperto —este era su primer largometraje para cine—, carece de la astucia necesaria para acentuar sus ideas, de modo que no haya duda de lo que quiere decir.

Es indudable que el producto final es un tanto irregular, pero si analizamos con detalle el argumento, encontraremos a un director que nos invita a reflexionar acerca de la moral humana.

Westword. El alma de la maquina

Al respecto, Immanuel Kant planteaba que «la moral del ser humano debe poder reducirse a un solo mandamiento fundamental, nacido de la razón, no de la autoridad divina, y a partir del cual se puedan deducir todas las demás obligaciones humanas». [1]

El argumento es interesante, pero ¿a qué noción de moral nos estamos refiriendo específicamente? Una de las mayores dificultades para abordar correctamente esta cuestión radica en que el concepto de moral es sumamente equívoco.

En su libro, La moral del Derecho, Lon Luvois Fuller nos comparte dos concepciones de moral: la moral de aspiración y la moral del deber. [2] [3] La primera se enfoca en lograr una sociedad ideal, en la que cada individuo tienda a alcanzar la felicidad y la perfección. De este modo, cuando las leyes se fundamentan en una moral de aspiración, todo aquello que se desvíe de lo que es «absolutamente bueno» resulta sancionable. Por supuesto, la noción de «absolutamente bueno» es totalmente subjetiva y su determinación depende, exclusivamente, de los valores que la clase social dominante defina como los más importantes.

la moral del derecho

Por su parte, la moral del deber es un poco más práctica y mucho menos idealista, ya que considera que no hay medios razonables para obligar a los miembros de una sociedad a comportarse de acuerdo a ideales determinados de perfección. Por el contrario, plantea que lo único que puede hacerse es determinar las normas de conducta básicas sin las cuales una sociedad no puede funcionar, excluyendo, en la medida de lo posible, el abuso y la mala fe.

La diferencia entre una y otra queda expresada claramente en el pensamiento kantiano, el cual plantea, entre otras cosas, que la función del derecho no consiste en obligarnos a actuar de modo que seamos perfectos, sino en fijar un marco que permita que la actividad libre y espontánea de unos no entre en colisión con la actividad libre y espontánea de los otros.

Al final, haremos bien en recordar que la Ley es un contrato social; es decir, no hay una ley natural como tal, sino que esta se establece con el único propósito de que los seres humanos podamos vivir en sociedad, tal y como nos dice Epicuro en sus Máximas:

«Respecto a todos aquellos animales que no pudieron concluir sobre el no hacerse ni sufrir daño mutuamente, para ellos nada hay justo o injusto. Y de igual modo también respecto a todos aquellos pueblos que no pudieron o no quisieron concluir tales pactos sobre el no hacer ni sufrir daño». [4]

Lo que nos dice con esto el filósofo de Samos es que la Ley surge en el momento en que los seres humanos, violentos por naturaleza, establecen un pacto social para no hacerse daño mutuamente.

justicia pacto social de no a la violencia

Platón va un poco más allá cuando sugiere una estrecha relación entre ética, política y deseo. Para el discípulo de Sócrates, el Eros [5] no solo debe estar subyugado a la Ley, sino que debe ser orientado a la búsqueda de la Verdad, pues solo de esta pueden dimanar leyes justas y el buen gobierno. Cuando el deseo se encamina a conseguir un beneficio personal, es considerado hybris, una transgresión de los límites que han sido impuestos y cuyo castigo es la némesis.

En pocas palabras, según la filosofía platónica, el deseo solo es legítimo cuando está dirigido al bien común o no entra en contradicción a este. Es, pues, la civilización por encima del individuo. La ley por encima del deseo.

Deseo y pecado

La preeminencia de la Ley por encima del individuo no solo resulta fundamental para la estabilidad del orden social, sino también para la protección del dogma religioso.

Particularmente en el cristianismo encontramos que la noción de pecado —el equivalente al hybris— impide la salvación, pues ésta solo puede alcanzarse mediante el estricto cumplimiento de la norma, que no es otra que la Ley dictada por el Ser Supremo, Dios.

Si bien la idea de pecado originalmente se remite a un tropiezo, conforme el Dogma cristiano se va robusteciendo, la palabra va transformándose hasta ser el equivalente del distanciamiento del ser humano con Dios, una falta tan monstruosa que no encaja en el orden impuesto y que incluso amenaza con fracturarlo, por lo que debe ser castigado. 

el pecado en westworld

Dicho distanciamiento, en principio, no estaba del todo definido; de ahí que el pecado, como concepto, fuera cambiante, pues se modificaba de acuerdo al contexto social y cultural. Como dice Omar Abboud: «la mayoría de las acciones consideradas como pecado hace dos siglos, hoy no tienen entidad pecaminosa». [6]

A pesar de su significado variante, el concepto de pecado remite siempre a algo que el ser humano hace libremente y que su desarrollo es siempre con la misma estructura, pues se remite a la primera ofensa a Dios, el Pecado Original.

Al respecto, en su libro Teología de la praxis evangélica, Antonio González argumenta que el Génesis no plantea un primer pecado que se transmite a la humanidad en forma de pandemia, sino que es, más bien, «un pecado personal, seguido de otros pecados personales, que se irán acumulando hasta situar a la humanidad entera en enemistad con Dios. [Por lo tanto, no se trata] de una simple anécdota trágica sucedida en tiempos lejanos, sino que pretende poner de relieve un problema que concierne a la "vida humana" de todos los tiempos. El relato del primer pecado nos dice que todo pecado humano, en cualquier momento de la historia, siempre tiene algo de común con lo que allí se relata. El pecado es algo que el ser humano ha hecho libremente y que sigue haciendo de acuerdo con una misma estructura».

¿En qué consiste esta estructura? Como sabemos, el relato bíblico nos cuenta cómo Dios, habiendo creado a Adán y Eva, intenta probar la fidelidad y obediencia de sus criaturas prohibiéndoles comer los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal.

westworld tatuaje de serpiente

Es entonces cuando Satanás, convertido en una serpiente, se aprovecha de esta única regla y termina engañando a Eva para que desobedezca la Ley: «Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses». El texto no aclara con certeza a qué se refiere la serpiente con «ser como dioses», aunque existen diversas interpretaciones.

Hans Küng afirma que es a partir de San Agustín y de su interpretación hermenéutica que el pecado original adquiere un concepto hostil, pero, sobre todo, sexual. [7] De este modo, se puede interpretar que la caída de Adán y Eva se produce cuando ambos se entregan excesivamente a sus sentidos y buscan la inmortalidad mediante la unión sexual. Así mismo, otra conjetura posible es que el fruto prohibido hace referencia al momento en que ambos descubren, en su sexualidad, una forma de participar del poder creativo de Dios: comprenden que son ellos mismos capaces de crear a otros seres humanos y de domesticar a la naturaleza.

Lo cierto es que el Pecado Original se debe interpretar como el deseo humano de trasgredir los límites de la naturaleza. Adán y Eva se reconocen a sí mismos como capaces de aprender, de decidir, de conocer a Dios por su propios medios, con independencia de su Ley y de su Palabra. Siendo el árbol de la ciencia del bien y del mal, podemos entender, por consiguiente, que el deseo de Adán y Eva se refiere a poder decidir por ellos mismos lo que está bien y lo que está mal. Es decir, de imponer sus propias leyes.

Evidentemente, este conjunto de condiciones son incompatibles con el Edén, por lo que no tienen cabida en él. Son una transgresión al Orden y a la Ley. Así, el precio que Adán y Eva tienen que pagar por su desobediencia es la pérdida del pleno dominio sobre su cuerpo.

En efecto, antes de la Caída, Adán y Eva tenían perfecto dominio sobre sus cuerpos. El dolor y el placer no eran fines en si mismos, sino que servían solo para proporcionar información sobre lo que era bueno o malo para la subsistencia. Al ser expulsados del Edén, Adán y Eva dejan de gozar de la protección del Ser Supremo y son abandonados a su suerte.

Dolores y Teddy

Al respecto, Bataille nos sugiere que el pecado siempre está asociado al deseo y advierte que la relación que guarda este con la cima moral produce un efecto semejante al de la fijación lacaniana del neurótico con el cumplimiento de la ley. [8] Por su parte, Michel Foucault plantea que es a través del dispositivo «pecado», que las fronteras no solo religiosas sino sociales se constituyen. El pecado, inicialmente comprendido como una falta, un yerro en el camino de la salvación, toma posteriormente forma de un discurso maniqueo de bondad-maldad que sirve de herramienta para disciplinar a comunidades enteras.

Tomando en cuenta todo lo anterior, lo que resulta evidente es la ceñida relación que existe, desde un principio, entre deseo y ley, y como de este vínculo se origina una confrontación constante entre la búsqueda del bienestar individual y la estabilidad social.

Esta discrepancia, vista desde el cristianismo, adquiere siempre una connotación pecaminosa. El deseo se percibe, desde esta perspectiva religiosa, como una serpiente que se introduce en nuestro jardín y nos tienta a romper con la ley y el orden establecidos. Ahora bien, como ya hemos visto, la moral de aspiración —como lo es, sin duda, el dogma cristiano— exige que todo aquello que se desvíe de lo que es «absolutamente bueno» resulte sancionable. El deseo, por lo tanto, se vuelve una transgresión que no puede ni debe ser tolerada.

En ese sentido, lo que nos plantea el argumento de Almas de Metal (Westworld, Michael Crichton, Estados Unidos, 1973) es que el deseo, al promover un espacio de libertad de acción para el individuo, atenta directamente contra el concepto de sociedad. Así, el parque recreativo Delos se vuelve el equivalente a Sodoma y Gomorra, ciudades que, como sabemos, fueron destruidas por que sus habitantes, motivados por el orgullo y el egoísmo, se habían entregado excesivamente a la concupiscencia.

La fantasía como amenaza al orden social

El planteamiento del filme es relativamente sencillo: un centro recreativo, llamado Delos, que ofrece a sus clientes la posibilidad de cumplir todas sus fantasías. Esto es posible gracias a la interacción con robots humanoides prácticamente indistinguibles de los seres humanos, quienes desempeñan diferentes papeles según el tema para el que hayan sido diseñados. Tales temas corresponden a cada uno de los tres parques temáticos que integran el centro y que representan una etapa en la historia de la Humanidad: la Edad Media, la Antigua Roma y, por supuesto, el Viejo Oeste, Oestelandia.

Almas de metal el antiguo oeste

Desde el inicio del filme, gracias a una serie de entrevistas, podemos advertir cuáles son las fantasías más socorridas en el lugar: fantasías sexuales, de asesinato y de poder. Esto no es para nada sorpresivo si tomamos en cuenta que la mayoría de las fantasías giran en torno a lo prohibido, y por lo tanto están íntimamente relacionadas con la pulsión agresiva. Esto le permite al individuo reestructurar la representación de si mismo y del otro.

Como sugiere Bleichmar: «cuando se examina el tema de la agresividad, generalmente se hace desde la perspectiva del objeto que sufre los ataques de otro, enfatizándose su carácter destructivo. Pero ¿qué sucede si en vez de esta posición de identificación con el objeto se analiza la agresividad desde lo que significa para el sujeto, de cuáles son las motivaciones que la activan, de la funcionalidad que cumple?». [9]

En efecto, toda fantasía se encuentra íntimamente ligada a un complejo sistema de significaciones para quien la posee, por lo que proporciona pistas de su propia personalidad. De ahí que Freud considere, a diferencia de Platón, que el deseo es indispensable para consolidar la individualidad.

El ser humano simplemente no puede conformarse con la satisfacción escasa que logra obtener de la realidad. Además, se requieren construcciones auxiliares, como la realización inconsciente de deseos imaginarios.

Almas de metal desenfundado su arma

Ahora bien, ¿qué ocurre cuándo un sitio como Delos le permite a los individuos cumplir todas sus fantasías sin ninguna consecuencia o remordimiento de cualquier tipo?

Lo que sugiere Almas de metal es que tal sistema social es simplemente insostenible. Basta que haya un solo individuo con un sentido de la ley bastante estricto para que la noción de pecado —de correcto e incorrecto— invada cada rincón de ese sitio hasta entonces paradisiaco.

Ese es, precisamente, el papel que desempeña Pete Martin (Richard Benjamin) en la trama. Siendo abogado, Pete conoce a la perfección la ley y las consecuencias de romperla.

Almas de metal el personaje de Pete Martin junto a su amigo en la cantina

El personaje asiste a Oestelandia por invitación de su amigo John (James Brolin), quien guarda la esperanza de que unos cuantos días de esparcimiento en el parque sean suficientes para que olvide por un momento su reciente divorcio. Pero el abogado resulta inflexible —como la ley que defiende— y a pesar de su entusiasmo, simplemente no logra entrar en la convención del parque; hay algo en él que le impide renunciar a la racionalidad y rendirse por completo a la ficción que propone Oestelandia.

No es sino hasta que El Pistolero (Yul Brynner) le provoca que Pete logra hacer contacto con su naturaleza primitiva. La afrenta de este personaje fanfarrón y despreciable le brinda el soporte fantasmático que requiere para llevar a cabo su fantasía destructiva. De este modo, Pete se bate a duelo y termina «matando» a su contrincante.

almas de metal el duelo

Lo que ocurre a continuación es completamente lógico: el abogado requiere una confirmación inmediata de que lo que acaba de ocurrir es tan solo una ficción. Se trata, por supuesto, de una suerte de mecanismo de defensa ante el placer que conlleva haber cometido el acto más prohibido de todos: matar a otro ser.

Así, Pete solo logra tranquilizarse cuando John le explica que las armas poseen un sensor que les impide disparar a los seres vivos. Este sensor es importante porque para Pete simboliza el engranaje que mantiene la ley y el orden funcionando; en pocas palabras, es el dispositivo que salvaguarda a la sociedad, toda vez que impide hacer daño.

De este modo, cuando El Pistolero le visita por segunda vez, Pete se siente mucho más confiado y dispuesto a dejarse llevar. Lo «mata» nuevamente; no obstante, el acto tiene ahora consecuencias y el abogado es llevado a la cárcel por su crimen. Por supuesto, sabemos —al igual que Pete y John— que todo es parte del juego. Siendo Oestelandia el lugar donde todo es posible, la cárcel es, en realidad, más que un castigo, una suerte de provocación. Para Pete lo es aún más, toda vez que, como abogado, tiene el compromiso de respetar la ley, incluso si esta es ficticia. La ley es la ley y el inconsciente no logra hacer la distinción.

Es aquí donde surge la grieta en su interior. A partir de este momento, Pete solo necesita un pequeño empujón para arrojarse al abismo de su deseo. En realidad, lo que a Pete le asusta es llevar a cabo su fantasía más profunda —y sin duda la de todos los abogados—: quebrantar la ley.

Así, Pete no solo se conforma con escapar de la cárcel, sino que mata al alguacil. Literalmente, hace añicos la ley y el orden. Sin duda, un acto transgresor que le permite romper con todo lo que profesa en el mundo real. Pero a pesar de ceder a su impulso, Pete aún se debate entre lo que es correcto e incorrecto: se asume como forajido, pero su brújula moral le indica que, por más divertido que resulte el juego, hay algo perverso en los actos cometidos. Es en ese preciso instante que aparece la serpiente de cascabel.

almas de metal serpiente de cascabel

La alusión al pasaje bíblico no es accidental ni mucho menos: representa, efectivamente, la tentación que siente John a arrojarse al abismo de sus pasiones. Es, pues, el pecado irrumpiendo en lo que hasta entonces era un sitio paradisiaco. Oestelandia deja de ser un juego para convertirse en algo bastante aterrador.

Es así que el personaje de Pete adquiere importancia para el argumento. Y es que, probablemente, antes que él hubieron muchos otros visitantes que cometieron los mismos actos: fugarse de la cárcel y asesinar al alguacil. Pero es su condición de abogado la que le impide ufanarse por completo de sus actos, introduciendo de esta manera una noción moral que hasta entonces era ajena al parque recreativo. Esta moralidad, además, está íntimamente relacionada con el virus que afecta a las máquinas, como si la idea del pecado y las nociones de lo que es correcto e incorrecto fueran incompatibles con el programa que rige a los robots humanoides.

Al respecto, cabe destacar que Almas de metal es la primera película de la historia en emplear la noción de un virus informático. Más interesante, sin embargo, resulta la forma en que el director emplea este concepto para hacer una alegoría de la perturbación moral. En ese sentido, nos recuerda mucho a la forma en que Hitchcock aborda la naturaleza violenta de las aves en su filme de 1963, Los Pájaros. Como sabemos, el motivo cierto de los ataques nunca nos es revelado; no obstante, podemos deducir que estos no son sino una manifestación de la energía incestuosa de Lydia, la cual se desata con la llegada de Melanie a Bodega Bay.

De una forma semejante, no es ninguna casualidad que el virus informático sea descubierto cuando Pete llega a Oestelandia, como tampoco lo es que esta perturbación en el funcionamiento de las máquinas se salga de control en el momento exacto en que aquel decide fugarse de la cárcel.

almas de metal cara del robot

Ciertamente, antes de que Pete transgrediera las leyes de Oestelandia, no había en realidad una noción definida en el parque de lo que es correcto e incorrecto. Los visitantes estaban ahí por el placer que les proporcionaba hacer cosas prohibidas sin ningún remordimiento, lejos de toda inquietud moral. Incluso, al igual que ocurría con Adán y Eva antes de que la serpiente les tentara, los visitantes podían actuar con la complicidad divina.

En este caso, el papel de Dios recae en el grupo de científicos que todo lo ven a distancia, a través de las pantallas. «Y vio Dios que era bueno». «Y vio Dios que el hombre estaba solo». Nada de lo que ocurre en Delos pasa desapercibido para ellos.

Pero no solo es la autoridad de Delos omnipresente, sino que también es creadora: es gracias a su dominio de la ciencia que los robots humanoides son creados originalmente. Por otro lado, los científicos contribuyen también a cumplir las fantasías de los visitantes. De este modo, su omnipotencia se prefigura bajo el eslogan del parque: «nada puede salir mal». [10]

almas de metal cientificos

En ese sentido, resulta interesante cómo el filme aborda la famosa Paradoja de Epicuro, que intenta reconciliar la existencia del mal con la existencia de un Dios omnisciente, benévolo y omnipotente. Dicha Paradoja puede expresarse de la siguiente forma:

Si Dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz de hacerlo, entonces no es omnipotente.

Si es capaz de prevenir el mal, pero no desea hacerlo, entonces no es benévolo.

Si es capaz de prevenir el mal y desea hacerlo, ¿por qué, entonces, existe el mal? ¿De dónde proviene?

¿Es que acaso no es capaz de prevenirlo ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?

Al respecto, el filósofo norteamericano, Alvin Plantinga, consideraba que el mal moral era exclusivamente resultado de las acciones humanas por medio de la libre voluntad y que el diablo era responsable por los males de la naturaleza como los terremotos, las  enfermedades virulentas y demás calamidades. De este modo, Plantinga demostraba que un Dios omnipotente y benévolo es lógicamente compatible con la existencia del mal.

Almas de metal sugiere una equivalencia: los científicos consideran la avería de las máquinas como algo semejante a una enfermedad viral. En este caso, son ellos quienes, como representantes de un poder superior, permiten que este mal prevalezca y se desarrolle simplemente porque desconocen sus implicaciones y, por consiguiente, no lo consideran una real amenaza para los visitantes del parque. «Podemos garantizar su seguridad —se ufana uno de los científicos—. No hay de que alarmarse».

Una vez que el virus se propaga, las cosas se salen de control. Los robots humanoides comienzan a comportarse de forma errática y terminan asesinando a todos los visitantes. Podemos decir que sus pasiones se vuelven contra ellos mismos como si se tratara de un castigo divino. Un evento que se prefigura en aquella secuencia al inicio del filme, donde se muestra a un hombre que le dispara a su imagen en el espejo y termina rompiéndolo.

La pesadilla a la que tanto temía Pete se hace realidad; la pasión sin límites fundada en el hedonismo aniquila a la sociedad. Al verlo, las coordenadas psíquicas  del abogado se desbaratan. El caos reina en todo Delos.

almas de metal descontrol

De acuerdo a sus valores, su transgresión no puede permanecer indemne. No obstante, Pete aún siente el deseo de romper la ley con impunidad. Este deseo, que siempre ha estado representado en la figura del Pistolero, comienza a perseguirlo sin cuartel.

Acechado por la tentación, Peter termina en un laberinto de túneles y corredores. Habiendo roto con sus convicciones morales se ha perdido a si mismo. Las únicas alternativas que le quedan es confrontar su deseo —que ahora muestra su rostro deforme, acaso su verdadero rostro— o tratar de encontrar una salida, recobrando el sentido moral que ha perdido.

Al final, la única forma que tiene Pete de conciliar su fantasía con la ley que rige su conducta es asesinando al Pistolero en defensa propia. El acto es igualmente violento, pero, en la mente de Pete, la finalidad es distinta. El placer al trocarse por la necesidad de sobrevivir hace válido el asesinato. Durante la confrontación, El Pistolero pierde su rostro, mostrando a Pete el abismo profundo de su deseo; un deseo al que ha superado.

A simple vista, pareciera que el filme aborda el tema del deseo y l considera como una reafirmación de la individualidad. No obstante, es gracias a las múltiples alusiones que se hacen a la religión —específicamente al jardín del Edén y al origen del pecado— que logramos deducir una intención moralizante. Así, lo que el filme parece sugerir es que la satisfacción del deseo es un acto pecaminoso y que, por hedonista, atenta contra la ley y el orden social, poniendo en riesgo su subsistencia. En otras palabras, la búsqueda del placer individual atenta directamente contra la sociedad.

En otro artículo veremos cómo este punto de vista discrepa con el argumento de la reciente adaptación de HBO, que está mucho más centrada en la búsqueda de un propósito para existir.


[1] Kant, Immanuel (1999). «Fundamentación de la metafísica de las costumbres». Trad. por José Mardomingo (edición bilingüe). Barcelona: Ariel.
[2] Fuller, Lon L. (1977). «La moralidad del derecho». Yale University Press.
[3] Portela, Jorge G. «El problema de la relación entre Moral y Derecho en Hart y Fuller. Aportes para una polémica».
[4] Epicuro. (1987) «Carta a Meneceo y máximas capitales». (Alicia Alabuenaga, trad.) Madrid: Pearson Educación
[5] Para Platón, Amor y Deseo son sinónimos, tal y como queda aclarado en El Banquete, donde dice: «Amor [ἔρως] es, en consecuencia, el nombre para el deseo [ἐπιθυμία] y persecución de esta integridad».
[6] Omar Abboud citado en Los siete pecados capitales. Savater, Fernando (2005). México, Debate.
[7] Küng, Hans (1995). Grandes pensadores cristianos. Madrid, Trotta.
[8] Bataille, Georges et al. (2005). Discusión sobre el pecado. Buenos Aires, Editorial Paraíso.
[9] Bleichmar, H. (1997). Avances en psicoterapia psicoanalítica (1ª ed.). Buenos Aires: Paidós.
[10] La idea de un parque de diversiones en el que todo se sale de control a pesar de su alta tecnología sería retomada por Michael Crichton en su novela de 1990, Jurassic Park, misma que sería adaptada al cine por Steven Spielberg, tres años después de su publicación.

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