Crítica Le Mans 66: Cuando Mangold aceleró a fondo

Crítica
Publicado: 24 Junio 2020
Escrito por Arturo Garibay

LE MANS 66
(Ford v Ferrari)
Dir. James Mangold

El cine de automovilismo nos ha dado muchas satisfacciones. Tenemos películas de éxito comercial como la encantadora Ahí va ese bólido (1968) o la estridente Días de Trueno (1990) así como triunfos fílmicos como las recientes Senna (2010), Rush (2013)  y, ahora, Le Mans 66 (2019). Hay algo intrínsecamente cinematográfico en las pistas de carrera, pues son la mezcla perfecta de drama, tensión, inicio y fin.

Le Mans 66 es dirigida por un cineasta bastante integral: James Mangold. En su filmografía encontramos piezas tan diversas como su drama psicológico Inocencia interrumpida (1999), su romántico placer culpable Kate & Leopold (2001), su impecable tributo musical a Johnny Cash En la cuerda floja (2005), su relectura al western El tren de las 3:10 (2007) y la irreprochable pieza de la distopía del superhéroe Logan (2017). Como puede verse, Mangold ha hecho todo. Es más, hasta trabaja ya en una nueva peli de Indiana Jones.

James Mangold director de Ford v Ferrari

Lo que encontramos en el Mangold de Le Mans 66 es a un cineasta consolidado, con una claridad visual total, emplazando su cámara con mucho empeño y certeza. La cinta es atrapante, entretenida y está narrada en perfecto equilibrio entre el drama y los méritos técnicos que hacen de la experiencia un goce visual.

Matt Damon hace el papel de un diseñador de autos estadounidense con mucha visión, mientras que Christian Bale hace de un indómito piloto británico en los tiempos en que Ferrari es la fuerza dominante en las pistas. Ambos habrán de salir airosos de la mano de una reticente Ford Motor Company y lidiando con sus propios traspiés porque ¿qué sería de una película de ratón contra león sin protagonistas imperfectos y obsesivos?

La misión de nuestros protagonistas es la de crear un vehículo que desafíe las ataduras de la física y la tecnología automotriz hasta que pueda convertirse en un verdadero dolor de cabeza (y temor) para Ferrari.

Más allá del drama humano y las sólidas actuaciones, que nos toman con firmeza y no nos sueltan, es imposible hablar y celebrar Le Mans 66 sin pensar en sus secuencias de circuito. Sobre la autopista, Mangold crea una experiencia inmersiva y sobrecogedora de la mano de su equipo, encabezado por la cámara de un Phedon Papamichael que nos da su mejor trabajo desde Nebraska (2013) de Alexander Payne, logrando uno de los triunfos estelares de la dirección de fotografía del 2019, incuestionablemente.

Las imágenes son tan contundentes, que la sala de cine se transforma por momentos en el graderío de un autódromo. Y la experiencia se magnifica cuando uno ve la cinta en una sala de gran formato. Cada decisión técnica del equipo de Mangold se traduce en algo atmosférico, casi vivencial, para el público.

Le Mans 66 tras las camaras

Porque si el visionado de Le Mans 66 se disfruta tanto es porque todo su poderío visual está puesto al servicio de la historia. Las carreras complementan el viaje de los personajes, además de que hacen que al espectador se le desorbiten los ojos con esas imágenes que, al mismo nivel de Damon y Bale, son absolutas protagonistas de la película. Sí, esta es una cinta donde la imagen toma el reflector sin olvidarse de la historia, que a final de cuentas es el aspecto que nos acelera el corazón.

Con un metraje de más de 150 minutos, Le Mans 66 no aburre ni abandona al público. Justifica su larga duración con relato y acción, con una eficiencia audiovisual envidiable. Esto se debe quizás a que, a pesar del trabajo visual de punta, hay algo que se siente muy clásico en la forma en que la película está confeccionada: el conflicto de los personajes tiene una carga muy universal y la idea de ganar o perder es algo con lo que estamos familiarizados tanto en lo cotidiano como en la experiencia cinematográfica. Ni se diga si se trata de lidiar con la burocracia de lo corporativo o con las trabas institucionales.

Le Mans 66 escena de competeción de la película

Lo anterior deriva en una virtud que pocas cintas de la “temporada de premios” pueden presumir. El filme de James Mangold es, al mismo tiempo, una pieza con los atributos para satisfacer a la crítica y una peli de esas que convencen al gran público y consiguen consolidar ingresos exitosos, mostrando nuevamente que un blockbuster no tiene que tener una constitución inferior o hueca. Esta máquina tiene un gran motor y toma las curvas como ninguna.

Y eso es lo que entrega Le Mans 66: una película que puede ser disfrutada por el público que busca entretenimiento, pasar un buen rato, así como por el cinéfilo recalcitrante y exigente, el que quiere interpretaciones de campeonato con una puesta en cámara de premiación. En este filme hay un poco de todo. Es más, si nos ponemos a pensar en Hollywood y su industria, hasta podríamos decir que ésta es una película muy, muy americana en el mejor de los sentidos.

Ahora que lo pienso, puede que la moraleja sea precisamente esa: que todavía podemos tenerle fe a una clásica película de estudio facturada en la Meca del Cine.

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